Mensaje completo del Papa Francisco:

«Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este
mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de
vida. Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de
los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo! Él está en ti, Él
está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el
Resucitado, llamándote y esperándote para volver a empezar. Cuando te
sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o
los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza»
(Christus vivit, 1-2).
Queridos hermanos y hermanas, este mensaje se dirige al mismo tiempo a
cada persona y al mundo. La resurrección de Cristo es el comienzo de una
nueva vida para todos los hombres y mujeres, porque la verdadera
renovación comienza siempre desde el corazón, desde la conciencia. Pero
la Pascua es también el comienzo de un mundo nuevo, liberado de la
esclavitud del pecado y de la muerte: el mundo al fin se abrió al Reino
de Dios, Reino de amor, de paz y de fraternidad.
Cristo vive y se queda con nosotros. Muestra la luz de su rostro de
Resucitado y no abandona a los que se encuentran en el momento de la
prueba, en el dolor y en el luto. Que Él, el Viviente, sea esperanza
para el amado pueblo sirio, víctima de un conflicto que continúa y
amenaza con hacernos caer en la resignación e incluso en la
indiferencia.
En cambio, es hora de renovar el compromiso a favor de una solución
política que responda a las justas aspiraciones de libertad, de paz y de
justicia, aborde la crisis humanitaria y favorezca el regreso seguro de
las personas desplazadas, así como de los que se han refugiado en
países vecinos, especialmente en el Líbano y en Jordania.
La Pascua nos lleva a dirigir la mirada a Oriente Medio, desgarrado por
continuas divisiones y tensiones. Que los cristianos de la región no
dejen de dar testimonio con paciente perseverancia del Señor resucitado y
de la victoria de la vida sobre la muerte. Una mención especial reservo
para la gente de Yemen, sobre todo para los niños, exhaustos por el
hambre y la guerra.
Que la luz de la Pascua ilumine a todos los gobernantes y a los pueblos
de Oriente Medio, empezando por los israelíes y palestinos, y los
aliente a aliviar tanto sufrimiento y a buscar un futuro de paz y
estabilidad.
Que las armas dejen de ensangrentar a Libia, donde en las últimas
semanas personas indefensas vuelven a morir y muchas familias se ven
obligadas a abandonar sus hogares. Insto a las partes implicadas a que
elijan el diálogo en lugar de la opresión, evitando que se abran de
nuevo las heridas provocadas por una década de conflicto e inestabilidad
política.
Que Cristo vivo dé su paz a todo el amado continente africano, lleno
todavía de tensiones sociales, conflictos y, a veces, extremismos
violentos que dejan inseguridad, destrucción y muerte, especialmente en
Burkina Faso, Mali, Níger, Nigeria y Camerún. Pienso también en Sudán,
que está atravesando un momento de incertidumbre política y en donde
espero que todas las reclamaciones sean escuchadas y todos se esfuercen
en hacer que el país consiga la libertad, el desarrollo y el bienestar
al que aspira desde hace mucho tiempo.
Que el Señor resucitado sostenga los esfuerzos realizados por las
autoridades civiles y religiosas de Sudán del Sur, apoyados por los
frutos del retiro espiritual realizado hace unos días aquí, en el
Vaticano. Que se abra una nueva página en la historia del país, en la
que todos los actores políticos, sociales y religiosos se comprometan
activamente por el bien común y la reconciliación de la nación.
Que los habitantes de las regiones orientales de Ucrania, que siguen
sufriendo el conflicto todavía en curso, encuentren consuelo en esta
Pascua. Que el Señor aliente las iniciativas humanitarias y las que
buscan conseguir una paz duradera.
Que la alegría de la Resurrección llene los corazones de todos los que
en el continente americano sufren las consecuencias de situaciones
políticas y económicas difíciles. Pienso en particular en el pueblo
venezolano: en tantas personas carentes de las condiciones mínimas para
llevar una vida digna y segura, debido a una crisis que continúa y se
agrava.
Que el Señor conceda a quienes tienen responsabilidades políticas
trabajar para poner fin a las injusticias sociales, a los abusos y a la
violencia, y para tomar medidas concretas que permitan sanar las
divisiones y dar a la población la ayuda que necesita.
Que el Señor resucitado ilumine los esfuerzos que se están realizando en
Nicaragua para encontrar lo antes posible una solución pacífica y
negociada en beneficio de todos los nicaragüenses.
Que, ante los numerosos sufrimientos de nuestro tiempo, el Señor de la
vida no nos encuentre fríos e indiferentes. Que haga de nosotros
constructores de puentes, no de muros. Que Él, que nos da su paz, haga
cesar el fragor de las armas, tanto en las zonas de guerra como en
nuestras ciudades, e impulse a los líderes de las naciones a que
trabajen para poner fin a la carrera de armamentos y a la propagación
preocupante de las armas, especialmente en los países más avanzados
económicamente.
Que el Resucitado, que ha abierto de par en par las puertas del
sepulcro, abra nuestros corazones a las necesidades de los menesterosos,
los indefensos, los pobres, los desempleados, los marginados, los que
llaman a nuestra puerta en busca de pan, de un refugio o del
reconocimiento de su dignidad.
Queridos hermanos y hermanas, ¡Cristo vive! Él es la esperanza y la
juventud para cada uno de nosotros y para el mundo entero. Dejémonos
renovar por Él. ¡Feliz Pascua!
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